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Capítulo 1: El sueño (II Parte)

        Solano y Celeste permanecieron ahí en silencio hasta que el sol desapareció en el horizonte. El resto de la tarde, a la pajarita estuvo rondándole en la cabeza la forma en la que procedería con su idea.

 

      ¿Y sí le mostraba a Solano la ruta para salir del huerto, sin mencionarle nada sobre la cosecha de papas? De esta forma, Solano y sus hermanos sabrían escapar cuando el momento llegara. Si le decía a su amigo tubérculo en qué consistiría su futuro cercano, definitivamente lo salvaría. Sin embargo, la Señora Tuberoso sabría de su hazaña al notar la ausencia de los pequeños y se habría de quedar con un enemigo por el resto de sus días en el huerto. No tenía otro lugar a dónde ir, así que le convenía evitar problemas y mantener una buena relación con sus vecinos.

 

Celeste apreciaba a Solano, mas la única solución viable era mostrarle la salida y dejarle a su suerte. Cuando las estrellas comenzaron a verse relucientes en el cielo, se decidió y dio inicio al plan.

"Oye, Solano. Ya se me ocurrió cómo enseñarte qué hay allá donde se ve que se oculta el sol", le dijo.

"Pero, ¿cómo vas a llevarme sin que mamá se de cuenta?", preguntó la pequeña papa.

"Lo haremos de noche. Nadie lo notará. Mañana a las 7. Te veré al pie del platanero.", dijo por fin Celeste.

      Esa noche, Solano regresó a las profundidades de la tierra muy inquieto. Estaba por emprender un viaje fuera del huerto, algo que tenía estrictamente prohibido; alejarse de todos y de todo lo que conocía. Cuando lo soñaba, le parecía emocionante. Ahora, le parecía atemorizante. Cualquier cosa podría pasar. ¿Y si no regresaban? ¿Si les sucedía algo en el camino? ¿Por qué mamá se lo prohibía? ¿Qué clase de peligros se corría allá afuera? Empezó pensando en todo aquello ligeramente nervioso, y terminó temblando de miedo. Cuando en eso:

"¿Tienes frío o qué Solano?", le preguntó Petotan, su hermano gemelo, una papa del mismo tamaño que solano, pero con más lunares y una protuberancia enorme que tenía sobre la cabeza.

"Sí, muero de frío", mintió. 

"Pero, si estamos a más de 30°C. ¿Qué ocultas?", intuyó astuto.

 

"No lo sé. Cállate Petotan. Quiero dormir.", culminó duramente.

"No se diga más.", aceptó cínico.

      Petotan divagó unos minutos antes dormirse. De repente, se observó a sí mismo y a Solano sentados cerca de la cerca del huerto. De repente una gran bola de fuego los envolvía a ambos y acto seguido aparecían flotando en el cielo. Reían. Solano comenzó a perder la piel y vio su propia piel también separándose de la carne. Las risas se convirtieron en gritos y en llanto. Cayeron y el golpe con el suelo le despertó. Aún sentía el miedo del sueño. 

      A lo lejos se escuchaban los grillos y las cigarras. "Sólo fue un sueño", pensó para sí mismo Petotan. Se acomodó y volvió a dormir profundamente sin saber que Solano yacía a la par suya sin poder conciliar el sueño. Y así permaneció el resto de la noche hasta el amanecer, cuando sus vecinos, los cenzontles, anunciaron el comienzo del crepúsculo.

(Continuará)

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