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Capítulo 1: El sueño (I Parte)

        Todos somos llamados alguna vez a hacer algo mientras vivimos. No hablo sólo de los humanos; también de los animales, las plantas y las papas. ¡Sí! Así es. Las papas; esos tubérculos redondos y deformes, cafés por fuera y amarillos por dentro. Así que el que dice que no sirve para nada, no podía estar más equivocado. Pero, ¿cómo saber a qué se está llamado hacer?

 

        Esta misma pregunta se la hizo el Señor Patata, hace mucho tiempo cuando aún era una papa fresca. En el huerto de su madre, convivían toda clase de señoras hortalizas, árboles frutales y bienaventurados bichos y pájaros. La comunidad del huerto estaba rebosante de actividad desde el amanecer hasta el anochecer.

 

     Al Señor Patata, en ese entonces conocido por su madre y sus hermanos como Solano, acostumbraba a deslizarse a la superficie de la tierra para contemplar el atardecer. Durante estos breves momentos, pensaba. Se preguntaba qué habría allá donde se ve caer el sol. ¿Habría algo más que el huerto?

 

      Una de esas tardes, a su lado se posó Celeste, una pajarita de la familia de cenzontles que habitaba el platanero vecino.

 

"Es de mala suerte que te asomes a la superficie, ¿sabes?", le dijo Celeste.

 

Solano calló un instante y sin poder contenerse, soltó con ansia la pregunta: "Celeste, ¿qué hay allá donde se ve que se oculta el sol? Tu vuelas. ¿Nunca has ido hasta allá?".

 

"¿No se lo has preguntado a tu madre?", dijo.

 

"Sí, pero dice que no debería de estar haciendo preguntas y me ha prohibido salir a la superficie. Me aburro ahí abajo, ¿sabes? Mis hermanos temen desobedecer, pero también quisieran salir", contestó.

 

      Celeste dirigió la vista pensativa hacia las praderas lejanas tapizadas de colores varios. La primavera iniciaba y, ciertamente, no podía esperar a emprender vuelo a los campos para saborear las diminutas flores de maní. ¿Debería de contarle un poco sobre las colinas y los lagos? ¿Sobre cómo la primavera es alegre, el otoño ve caer las hojas y en el invierno los osos se guardan en sus madrigueras? ¿O sobre las atemorizantes tempestades nocturnas para que así decidiera no salir más a la superficie?

 

      Había una realidad que Celeste penosamente conocía y que temía mostrarle a Solano: la existencia del mercado humanos, el cual era el destino de la pequeña papa para terminar sus días. ¿Qué querría su madre para él? ¿Creería que con prohibirle salir a la superficie evitaría el temido momento en que serían cosechados todos los jóvenes tubérculos? Sin embargo, la joven cenzontle era prudente y sabía que no le correspondía interferir con las decisiones de la Señora. De repente, tuvo una idea. 

(Continuará)

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